Estábamos tardando en incluir en este nuestro blog a un monarca Español, ¡que teníamos miedo que Juancar nos lo echara en cara en el discurso navideño y todo! Así que ahí va el 1º: Carlitos IV, el bonachón, ¡que no hay más que ver la imagen para figurarse que el Carlos era buena gente!
Llegó al trono a los 40 tacos y con muy poquitas ganas de ponerse a gobernar España, ¡que le daba una pereza a esas alturas de su vida y con la que estaba cayendo! Corría el año 1788, una época mogollón de problemas: por un lado los ingleses jugando a hundirnos la flota para jodernos el comercio con América, por otro los Franceses en revolución y a punto de empezar a hacer rodar cabezas, y por otro Portugal… emmm … ¿Qué pasaba en Portugal? Bueno, seamos francos, ¡siempre nos ha importado un pijo lo que pasa en Portugal!
Por suerte tenía una mujer muy espabilada, su prima la María Luisa de Parma, que se encargó de controlarlo todo enchufando como consejero y valido a su amante: Manuel Godoy. Y no la juzguéis mal ¡eh! Que ella fijo que pensó: “A ver… si Manolo lo hace todo como en la cama… ¡España irá Bien!”
El caso es que la mayor preocupación para Carlos era que las ideas de los franchutes no traspasasen fronteras, que reinar podía parecer un coñazo, pero la perspectiva de perder la cabeza a golpe de guillotina tampoco era muy alagüeña… Así que al principio España que posicionó superencontra de la república, hasta que Napoleón tomó el poder y empezó a darle candela a media Europa y ahí ya nos aliamos con los franceses, que nos tiran la fruta y tal, pero en el fondo de se les ve majos… así el Napo y Carlos que quedaron en Touluse para tomar unas copichuelas y firmar el acuerdo de Paz:
-Lo que teníamos que hacer ahora, Carlitos,- decía el Bonaparte-¡ es invadir Inglaterra, joder! Yo uso mis armas de convicción para que toda Europa le haga el vacío, tú me dejas unos barquitos y luego ya vemos como nos repartimos la isla.
-¡Claro que si, Napoleón! Te dejo toda la flota, ¡¡tengo una armada invencible!!
¡Si es que a los españoles siempre nos ha perdido la boca! Porque, bueno, ya sabemos que el cuento de la armada invencible terminó como el rosario de la aurora… que si el viento estaba en contra, que si la marea, que si el árbitro estaba comprado… ¡un fiasco! Y además los portugueses, (¡ahora ya sabemos lo que hacía Portugal!) de colegas con los guiris y pasando un huevo de las órdenes del Napo.
-¡Me cago en los portugueses y en todos sus fados! A estos los invado yo ahora como hay Dios- Se rebotó Napoleón todo lleno ira- Carlos, por Dios, déjame pasar a mis tropas por España, anda, que de batallas navales no quiero saber nada en una temporadita…
-¡Me cago en los portugueses y en todos sus fados! A estos los invado yo ahora como hay Dios- Se rebotó Napoleón todo lleno ira- Carlos, por Dios, déjame pasar a mis tropas por España, anda, que de batallas navales no quiero saber nada en una temporadita…
Y Carlos, ni corto ni perezoso, dejó que las tropas francesas se colaran en España, pero es que tenía problemas más importantes que atender, ¡que estaba su hijo Fernando VII pasando una adolescencia muy mala! que con el rollo de la rebeldía quería el trono y se pasaba las horas en su cuarto planificando conspiraciones contra él. Que debajo de la cama en vez de revistas porno guardaba notas que planificaban su asesinato… Estaban los reyes arrepentidísimos de no haber llamado a SuperNany cuando era pequeño, ¡que le habían consentido demasiado!
Así que mientras Napoleón enviaba sus tropas por España camino a la conquista de Portugal Fernando se juntó con sus colegas en Aranjuez y se amotinó contra su padre montándole un pollo tremendo: “¡que quiero el trono, lo quiero, lo quiero y lo quiero! Y si no me enfado y no respiro o no respiras tú” que el pobre Carlos se vio obligado a abdicar.
Napoleón, flipando con el panorama que tenían en casa sus aliados, pensó que igual se sacaba dos países por el precio de uno, que igual con España no tenía ni que hacer la guerra. Convocó a la familia feliz en Bayona, Francia, y allí obligó a Fernando que devolviese la corona a su padre, y Fernando podía ser rebelde, pero no era gilipollas así que no se atrevió a llevarle contraria al tío más poderoso de Europa… Y luego ya obligó a Carlos IV a que se la entregase a él. Y Carlos, que estaba hasta los huevos de todos los problemas que le estaba dando el reinado, se la dio sin rechistar mientras se retiraba tan tranquilo a su exilio para descojonarse desde el extranjero de los problemas que le dio el trono al emperador. Que el plan en principio parecía una pasada, ¡hasta tenía un hermano llamado José para poner de rey! Que, joder, nombre más español no iba a encontrar... Lo que no había previsto el Napo es que… ¡España estaba hasta los topes de españoles! ¡que no nos dan gato por liebre tan fácil! Que aquel rey se veía a las leguas que no era español ni descendiente de los Borbones… que nuestros reyes tienen sus cosillas, pero, oye, ¡son de un campechano! y además más vale malo conocido… Y Napoleón tratando de explicarse:
-A ver… que mi hermano es mucho más progre, que os traemos las ideas de la revolución…
Y los españoles:
-¿¿¿Por qué no te callas???
Así que hicieron una quedada en la Plaza de Oriente y fue el rollo ese del levantamiento de 2 de Mayo y esas cosas, que no vamos a contar porque ya tiene Pérez-Reverte un libro sobre el asunto y no queremos hacerle la competencia. En el 1814 consiguieron al fin echar a los franceses y recuperó el Trono Fernando VII, que mantuvo a su padre, desterrado en la corte papal hasta su muerte. Si es que cría cuervos…