En aquel momento me sentí abrumada, sobrecogida ante la inmensa responsabilidad de dar forma a la historia, y compartir conocimientos con tan ilustradas compañeras de trabajo. Efectivamente, fui incluida en el selecto círculo de creadoras de este blog… Les debía mucho, muchísimo por ello... Me propusieron escribir sobre un tipo llamado Abū ‘Alī al-Husayn ibn ‘Abd Allāh ibn Sīnā, un médico medio tarado que iba de filósofo y decía cosas extrañas como "aquello cuya existencia es necesaria debe necesariamente ser una esencia"… ¿serán lagartas?, me lo quieren poner difícil. Pues no me voy a dar por vencida tan rápidamente. Además el Ibn Sina ese era un aburrido y un empollón, que con un nombre tan retorcido ¡¡ni su madre preguntaría por él!. Paso de Avicena y su Canon. Opto por alguien más molón: Alexander Fleming (Alex para los colegas).
Alex nació un caluroso día de Agosto de 1881 en Lochfield, Gran Bretaña. Hijo de labradores, a los 20 años recibió un pequeño legado y una beca que le permitieron ir a la Universidad. Parecía un tipo suertudo, pero en su época no ser pijo era un drama. La facultad (St Mary´s Hospital Medical School) estaba a rebosar de marquesitos, condes… lo llamaban flipado, pobre y cosas peores. Pero él a lo suyo, ya les daría a todos por saco cuando triunfara, ya…puso tanto empeño que se licenció en medicina obteniendo la medalla de oro de la Universidad de Londres. En el acto de fin de carrera se cruzó con Peter Wyne Smith, un hortera que usaba cinturones de Dolce and Gabbana, y le soltó:
-Ahora descubriré cosas chachis que revolucionarán el mundo de la medicina, y os vais a joder todos por no invitarme a jugar al golf y al padel.
Durante la guerra fué médico militar en los frentes de Francia, y se traumatizó un poquito. Allí se mataba a lo loco, los soldados morían como moscas, y él no disponía ni de un triste suero salino para ejercer como es debido. Las heridas de fuego se infectaban frecuentemente… y claro, ya se sabe, síndrome febril, shock séptico, hipotensión y parada cardíaca… en fin, un drama. Se le metió en la sesera buscar algún remedio para tanta a desdicha.
Al finalizar su período bélico se puso a trabajar con ahínco… pasaba días y noches en el laboratorio, investigando, pero nunca ocurría nada… ¡¡Así jamás le darían el Nobel!! Cuando creía que podía decir eso de ¡¡Eureka!! se chafaba el invento. Y le sobrevino la monotonía, y con ella la perdición del Facebook, el Twitter y ciertas páginas X que no viene a cuento nombrar. Decidió que era el momento de pasar de todo y divertirse. 1922 fue un año loco: salía miércoles, jueves, viernes y sábados… a tomar cerveza, tocar la gaita y ligar con pibitas monísimas. Con tanta marcha y todo lo que llueve en Gran Bretaña, se resfrió. ¡Venga a estornudar todo el rato! En una de esas se le escapó un moco sobre la placa de Petri en la que trabajaba y… ¡¡victoria!! Observó que la secreción nasal podía matar determinado tipo de gérmenes. Descubrió así la Lisozima.
-¡Jodeeeeeeer, cuando se lo cuente al jefe! Ya me he emocionao, no salgo en un mes, voy a darle duro que ahora triunfo fijo.
Y pasaron 6 largos años… Empezaba a desmoralizarse cuando de nuevo ocurrió algo sorprendente. Analizando las mutaciones del Staphylococcus Aureus (bacteria de muy mala uva), uno de los cultivos se contaminó fortuitamente con el hongo P. Notatum.
- Ya la he cagao, otra vez a montar la puñetera placa.
Pero era un tío listo, y comprobó que los Estafilos se morían a millones al contacto con el hongo…
- Hostiaaaaaa, chaval, la monto gorda, ¿pues no he descubierto la Penicilina? Cómo molo.
Publicó los resultados obtenidos en una revista de mucho renombre, pero Peter Wyne Smith, que le guardaba algo de rencor, se encargó de que no obtuviese el éxito esperado.
La Penicilina aún tardaría 15 años en convertirse en un agente terapéutico de prescripción universal, en el antibiótico que salvaría millones de vidas. Durante todo este tiempo Fleming se juntó con genios como Florey y Chain, y juntos lograron la estabilidad química necesaria para usar el fármaco en seres humanos.
En 1942 Fleming fue elegido miembro de la Royal Society, en 1944 recibió el título de Sir (cosa que le jodió mucho al Peter Wyne Smith) y en 1945 compartió con Florey y Chain el premio Nobel.
Pero además de médico, Alex era también artista y masón. Para los de la LOGSE, un masón es un gafa-pasta brillante, capaz de hacer poesía metido en los baretos más antro de la ciudad, capaz de usar palestina con elegancia, capaz de escuchar cuatro discos seguidos de Iván Ferreiro; y que se junta con otros individuos igual de molones para beber ron con cola y poner a parir a políticos y curas. Entró a formar parte del Chelsea Arts Club, fundado en 1891, por sugerencia de su colega James McNeil. Allí ganó el respeto del resto de afiliados con sus lienzos de bacterias pigmentadas, invisibles al pincelar pero que luego adquirían un brillante colorido.
Estaréis de acuerdo en que cualquiera se enamoría de Alex: ¡¡médico, artista, alternativo!! De hecho después de morirse su esposa en 1948, Fleming le entró a la Dra Voureka, una griega buenorra que trabajaba con él en el Saint Mary´s College. Cierta noche que salían tarde del trabajo le dijo:
- Nena, deja ya la antibiosis y échate un bailecito conmino, a mi me van los cantautores, ¿sabes?, si quieres ponemos el Slowly de Aute.
- Nena, deja ya la antibiosis y échate un bailecito conmino, a mi me van los cantautores, ¿sabes?, si quieres ponemos el Slowly de Aute.
Claro, intimaron sin preservativo ni nada, y ya se sabe que de ahí al matrimonio no hay ni un paso.
En 1955 Alex murió de un ataque cardíaco, ¡¡que también es chungo el destino!! en su lecho de muerte, nuestro doctor pensaba:
- Si lo llego a saber paso de la Penicilina e invento el cateterismo cardíaco, mecagüen la leche.